El Día de la Madre es una festividad que se celebra en honor a las madres en gran parte del mundo y en diferentes fechas del año, dependiendo del país, cultura y nación en que se celebre.
Las primeras celebraciones del Día de la Madre se remontan a la antigua Grecia, donde se le rendían honores a Rea, la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Posteriormente los romanos llamaron a esta celebración Hilaria cuando la adquirieron de los griegos. Se celebraba el 15 de marzo en el templo de Cibeles y durante tres días se realizaban ofrendas.
Con la llegada del cristianismo se transformaron estas celebraciones para honrar a la Virgen María, la madre de Jesús.
En Inglaterra hacia el siglo XVII tenía lugar un acontecimiento similar, también relacionado con la Virgen, que se denominaba domingo de las Madres. Los niños concurrían a misa y regresaban a sus hogares con regalos para sus progenitoras.
Sin embargo el origen contemporáneo de esta celebración se remonta a 1865, cuando la poeta y activista Julia Ward Howe organizó manifestaciones pacíficas y celebraciones religiosas en Boston, en donde participaron madres de familia que fueron víctimas de la Guerra de Secesión.
Finalmente se dio reconocimiento oficial del Día de la Madre en 1914, con la firma del presidente Woodrow Wilson.
En México se escogió mayo por ser el mes consagrado a la Virgen y el 10 porque en aquella época en México se pagaba en las decenas.
Queridas mamás:
Yo no puedo—ni quiero— reducirme a un solo día en el calendario. Porque para mí, todos los días son Días de la Madre.
Cada amanecer es un nuevo motivo para honrarlas, para agradecerles en silencio y a viva voz, para prometerles que jamás dejaremos de cuidarlas
con el mismo amor con que ustedes nos cuidaron, incluso antes de que tuviéramos conciencia de nuestra existencia.
No hay palabras que puedan abarcar el universo de lo que son para nosotros: refugio en
las tempestades, abrigo cuando el mundo se vuelve frío, luz cuando nuestros pasos no saben hacia dónde ir. Nunca se rinden, ni cuando el cansancio pesa en sus huesos, ni
cuando el alma se les parte en pedazos. Se levantan mil veces, por nosotros. Y eso, mamás, es algo que jamás olvidamos.
Son tan fuertes que creímos que nada les dolía, tan sabias que pensamos que siempre tienen las respuestas, tan buenas que llegamos a suponer que no necesitan consuelo.
Perdónenos si alguna vez fallamos, si no sabemos abrazarlas justo cuando más lo necesitan. Ustedes están presentes, incluso en nuestros silencios, incluso cuando no las
llamamos, incluso cuando no sabemos cómo decirles que las amamos.
Nuestro amor no cabe en los días, ni en los años, ni en las palabras; nos hace verlas en todos los recuerdos. Nos hace desear ser mejores personas, solo para que se sientan orgullosas de lo que han sembrado. Gracias por darlo todo, incluso cuando no les ha quedado nada. Gracias por enseñarnos el valor de la ternura, la fuerza del perdón, la dignidad del esfuerzo y la belleza de la entrega. Gracias por ser nuestras madres, nuestras
amigas, nuestras guías, nuestro todo.
No hay regalo que iguale lo que nos dieron. No hay homenaje que alcance su grandeza; pero desde lo más hondo de nuestras almas, hoy y siempre, les ofrecemos lo único que
sabemos dar con verdad: un amor eterno y una gratitud sin límites. Las llevamos con nosotros en cada paso, en cada sueño, en cada latido.
¡Feliz día todos los días, mamás! Y si me lo
permiten…
Quiero además con esto, pedirle al
corazón que siga así; recordando a nuestra madre cada día, que
desoiga el sonido del reloj, y el caer de las hojas del
calendario, que siga viviendo siempre, cada nuevo día, más que un diez de mayo.