Archivo: 3 agosto, 2025

“LA MUJER QUE DABA DE COMER A LOS PERROS CALLEJEROS… PERO NO SOLO LES DABA COMIDA: LES DEVOLVÍA LA DIGNIDAD”

Se llamaba Julia Paredes.

Tenía 59 años y una rutina que no cambiaba, lloviera o hiciera sol.

Cada día, al amanecer, salía con un carrito de supermercado viejo y recorría las calles de su barrio en Guadalajara.

El carrito no llevaba compras.
Llevaba bolsas con arroz, pollo hervido, croquetas, agua limpia y mantas usadas.

Julia no trabajaba para ninguna asociación.
No recibía donaciones.
No hacía videos para redes sociales.

Simplemente lo hacía porque sí.

—“Ellos también tienen hambre”—decía, señalando a los perros callejeros que se le acercaban con miedo primero… y con cariño después.

Pero Julia no solo les daba de comer.

Se arrodillaba al lado de ellos, les hablaba bajito, les quitaba las garrapatas con paciencia, les limpiaba los ojos con un pañuelo.

—“La calle te hace sentir invisible”—decía—.
“Por eso no basta con dar comida. Hay que mirarles a los ojos, decirles que importan.”

Algunos vecinos la veían raro.

Otros comenzaron a ayudarle, dejándole bolsas de croquetas en la puerta.

Un día, alguien subió un video a Facebook:
Julia dándole agua a un perro callejero que temblaba bajo la lluvia, mientras lo tapaba con una manta vieja.

La imagen se hizo viral.

Miles de personas compartieron el mensaje:

“No es solo comida.
Es recordarle a un ser vivo que no está solo en el mundo.”

Hoy, en ese barrio, muchas personas sacan un plato de agua a la puerta.
Otros dejan comida en las esquinas.
Algunos empezaron a adoptar.

Pero todos saben quién sembró esa costumbre.

Julia Paredes, la mujer que nunca quiso cámaras ni aplausos.

Solo quería que los invisibles dejaran de serlo.

Y cada vez que alguien alimenta a un perro callejero, sin mirar a otro lado, se está cumpliendo su verdadera misión:

No es dar lástima.
Es devolver dignidad.

Por Ankor Inclán

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REFLEXION DOMINICAL DEL PADRE PISTOLAS
Domingo 03 de agosto 2025
TEMA: VANIDAD DE VANIDADES PURA VANIDAD
  • – En san lucas se nos presenta el tena de la avaricia y la codicia que son una especie de idolatría, de la multitud, un sujeto le dice a cristo: “maestro dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia” Y cristo le respondió: “¡Amigo! ¿Quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?” Y dijo, dirigiéndose a la multitud: “Eviten toda clase de avaricia porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posee”.
  • – – Hablando de la codicia y el poder en México respecto a lo que había en el tiempo de Peña y el PAN, y muchos antes, y ahora con Morena no hay mucha diferencia porque el número de millonarios tampoco varía. Recuerdo de un caricaturista en Lond. hablaba un zordador en campaña política era un lobo entre unos ciudadanos que eran ovejas y decía: “Si votan por mí, me voy a convertir en oveja”, y otro decía: “Si votan por mí, les voy a hacer un puente”. Y la multitud solo una voz unísona sin razonar o reflexionar, solo decían: “¡Votemos por él!” Luego alcanzaste a robar y robar. Eran diputados plurinominales para librarse de la cárcel con grandes residencias y carros de los más ricos del mundo (por cierto, ni los gozan). Algunos tienen demandas de pederastia. Otros son de los cárteles, como los Fetich en Zacatecas (los morenos), en Michoacán los Viagra (los azules), en Guerrero lo mismo.
Y siempre gobernantes, el Estado que eludia el presidente admite que fueron más peores que la misma droga. Un ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas que recibió doble en vida de Lázaro supuestamente el 3% de todos los mexicanos. Dónde tiene una casa don Billó  n y de peso $1,000,000,000,000,000 para qué si sus hijos son unos corruptos e ineptos. Carlos Salinas (aparte lo asesino —Juan Posadas, Colosio, Ruiz Massieu—) se robó cien mil millones de dólares de 2 mil paraísos que vendió. Ha sido el político más rico del mundo (Carlos Slim) y muchos mexicanos apenas ganan uno por todo el fin de día. Cada presidente fuerte se roba por lo menos 1,000,000,000 mil millones de dólares.  La avaricia y codicia son como una cisterna sin fondo, una mina de oro sin asiento. ¡Nunca se llenan! Pone por ejemplo Cristo la parábola del rico que cosechó mucho y pensó en suja con mujeres, comilonas, pero esa noche se le pidió la vida. ¡Tonto! ¡Eso otro ya no lo disfrutó! Cristo: “Vivir sabiamente buena y justa, es vivir en plenitud, sin humillar, sin temor de perder, sin codicia ni vanidad. Pura Verdad”. Llegó un ranchero rico, choy el doctor muy panzón. La señora le preguntó: ¿Qué te dijo el doctor? “Que tengo alta la presión”.  Yo creo que si dice el ranchero: “pos que me estoy echando unos pedotes” (voz de doblaje).
Que Dios los bendiga.

Mandé por error mi pensión a otra cuenta, y me quedé sin un centavo para comer. Todavía no entiendo cómo pasó. Yo juraba que había tocado otra opción, pero el teléfono me jugó una mala pasada y el dinero terminó en el lugar equivocado. Ni para comprar pan me quedó. Me senté en la cocina vacía, con una taza de té tan aguado que parecía solo agua sucia… y lloré. Lloré como no lo hacía desde que mis hijos me dijeron que ya no podía quedarme con ellos.

—Mamá, ya no podés seguir viviendo acá —me dijo mi hija hace un par de meses—. Es por los nenes, no queremos que te pongas nerviosa…

¿Estrés? Me mandaron a una pensión que huele a humedad, supuestamente para que estuviera más tranquila. Ellos siguieron con su vida… y yo, de pronto, me vi sola con la heladera vacía, la olla vacía, y el corazón igual de vacío.

Volví a coser, como hacía de niña. Una vecina me prestó una máquina vieja y empecé a hacer arreglos, dobladillos, lo que saliera. Pero ese día no tenía ni hilos, ni retazos, ni fuerzas.

—Dios mío —dije en voz alta mirando al techo, como esperando que alguien respondiera—. ¿Te cuesta tanto darme una señal?

Y esa señal llegó. Un claxon fuerte, largo, insistente. Salí pensando que sería algún vecino molesto. Pero no. Frente a la casa había un auto negro reluciente, con los vidrios oscuros. Se bajó un hombre alto, bien vestido, con un traje más caro que todo lo que había en mi cuarto.

—¿Usted es doña Teresa? —me preguntó.

—Depende quién lo dice —le respondí, algo a la defensiva.

—Jorge Alvear. Usted me transfirió por error su pensión esta mañana.

Sentí que el alma se me caía a los pies.

—Ay señor, mil disculpas, fue sin querer, intenté llamar al banco pero no logré nada… y no tengo a nadie que me ayude…

—Tranquila —me dijo sonriendo—. Vengo a devolverle el dinero. Y no solo eso.

Abrió un maletín, sacó un sobre y me lo puso en la mano. Ahí estaba: cada peso, intacto.

—¿Todo esto es… mío? —pregunté sin creerlo.

—Hasta con intereses. Me puse a averiguar de usted. Vi que fue costurera muchos años y que hace poco volvió a trabajar, a pesar de su edad.

Me dio pena que supiera tanto sobre mí.

—¿Cómo supo todo eso?

—Porque me recordó a mi madre. Ella también cosía. Y quiero proponerle algo.

Sin dejarme reaccionar, me subió al coche y me llevó a una fábrica. El lugar estaba lleno de vida: máquinas en marcha, aroma a telas nuevas, mujeres en sus puestos. Me temblaban las piernas. Pensé que era una broma.

—Necesito alguien que supervise el taller. Alguien con experiencia, mirada firme y corazón de acero. Usted es perfecta.

—Pero señor… yo no sé usar computadora, ni hablar inglés, ni tengo títulos…

—No me importa eso. Lo único que necesito… es a usted.

No pude ni contestarle. Me eché a llorar. Él puso una mano en mi hombro y dijo:

—Aquí va a tener un sueldo justo, comida caliente, y si quiere, hasta un lugar donde vivir. Se lo ganó… con trabajo, con esfuerzo… y con su honestidad.

No sé si fue una señal divina, el destino o una respuesta que tardó en llegar, pero esa noche, cuando regresé a mi cuarto, ya no me sentí sola. Porque después de mucho tiempo… tenía un mañana.

“Dios nunca llega tarde… solo toma caminos distintos para no dejarte sola.”