Por: José Antonio Sánchez
– Cuando ya no queda más que hacerse “el tío Lolo”… que le crea su abuelita.
En Tabasco todos lo sabían: barredores, taxistas, comerciantes y hasta los boleros. Las extorsiones eran parte del aire que se respiraba. Todos lo veían, menos uno: Adán Augusto López, quien durante su gestión como gobernador prefirió instalarse en la cómoda ceguera selectiva, por conveniencia o complicidad.
Mientras tanto, su secretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena, operaba a través del grupo criminal La Barredora, imponiendo a los gasolineros la venta de huachicol. Quien se negaba, era despojado, secuestrado o desaparecido. Testimonios judiciales lo confirman y Adán… No veía nada.
El caso de Ramón Martínez Armengol, dueño de Paragas, expuso de cuerpo entero el mecanismo: negarse a vender combustible robado, lo cual significó ser levantado y perder una de sus estaciones de servicio. No se trataba de rumores: la FGR y el Ejército intervinieron y aseguraron la gasolinera, cerrando el círculo de la corrupción que operaba a plena vista, y Adán… No veía nada.
El negocio era redondo: vender gasolina más barata que la oficial y entregar la mitad de las ganancias directamente a Bermúdez Requena, hoy acusado de delincuencia organizada, secuestro exprés, extorsión y asociación delictuosa. Podría enfrentar hasta 158 años de cárcel.
Y ahí es donde surge la gran pregunta: ¿cómo es que Adán Augusto nunca se enteró? ¿Acaso era tan ingenuo que vivía en otro Tabasco? ¿O tal vez el silencio le resultó más rentable que la verdad? ¿Usted que opina?
Porque si de verdad no sabía nada, entonces no estamos frente a un político, sino ante un santo. Y lo justo sería pedir su canonización: “San Adán, patrono del huachicol”, intercesor de los que hacen negocios con combustible ordeñado y protector de quienes, convenientemente, nunca se enteran de nada, ¿Y sabe porqué? Por que Adán… No veía nada.
El problema es que los mexicanos no nos chupamos el dedo. La complicidad disfrazada de inocencia es, en política, otra forma de corrupción. Y en Tabasco, esa historia está escrita con huachicol, silencios y cinismo, cosa que los mexicanos no estamos dispuestos a seguir tolerando.