No sé si fue un error entregarle tanto a una empresa, pero durante casi 15 años mi vida giró alrededor de mi trabajo. Entraba primero que todos, me iba de último, casi nunca tomaba vacaciones. Siempre decía que esa empresa era mi segunda casa. Incluso llegué a perder cumpleaños de mis hijos y reuniones familiares porque siempre estaba disponible para lo que necesitaran. Me sentía orgulloso porque creía que me valoraban.

Un lunes en la mañana, cuando pensé que iba a iniciar mi jornada como siempre, me llamaron a una oficina. Me entregaron una carta y me dijeron que ya no necesitaban mis servicios. Sin una explicación, sin un gracias. Yo me quedé helado, sin palabras. Salí con mis cosas en una caja de cartón, y sentí que todo lo que había hecho todos esos años no valía nada.

Los primeros meses fueron los peores. En casa había tensión todos los días. Mi esposa intentaba animarme, pero yo me sentía inútil. Económicamente empezamos a tambalear porque las cuentas no esperan, y yo no encontraba empleo en ningún lado. Mandaba hojas de vida a todas partes y nada. Fue desesperante.

Un día, sin pensarlo demasiado, empecé a ayudarle a un vecino que tenía un pequeño negocio de comidas rápidas. No era lo mío, pero me sirvió para despejarme y ganar algo de din3ro. Poco a poco fui entendiendo que no todo dependía de un contrato o de un jefe, que también podía usar mis manos y mis ideas. Con el tiempo, decidí montar mi propio negocio de comida casera a domicilio.

Hoy no digo que todo esté perfecto, pero estoy saliendo adelante. Han pasado dos años y todavía me duele recordar cómo me dejaron ir.

Historia anónima de un seguidor
Jarhat Pacheco