En 1978, dos niños jugaban en el patio trasero de su casa en Los Ángeles cuando la pala golpeó algo duro. No era una piedra, ni un viejo barril: era un Ferrari Dino 246 GTS de 1974.
El coche estaba enterrado a pocos metros de profundidad, envuelto en toallas y una lona verde, como si alguien hubiera querido preservarlo para volver a recuperarlo algún día. El hallazgo dejó perplejos a los vecinos y a la policía: ¿quién entierra un Ferrari?
La investigación reveló una historia tan absurda como fascinante. El Ferrari había sido denunciado como robado poco después de su compra. Su dueño original, con la complicidad de unos ladrones, planeaba cobrar el seguro mientras el coche era supuestamente destruido. La instrucción era clara: hundirlo en el mar.
Pero los ladrones tuvieron otra idea. Decidieron enterrarlo, convencidos de que más tarde podrían desenterrarlo y quedarse con la joya italiana. El plan nunca se concretó. El coche quedó sepultado durante años, hasta que la inocencia de dos niños jugando lo sacó a la luz.
El Ferrari fue desenterrado y restaurado, aunque nunca recuperó su esplendor original. Sin embargo, su historia creció con los años: un deportivo enterrado como un tesoro pirata en un barrio tranquilo de California.
El “Ferrari Dino enterrado” se convirtió en una leyenda urbana, una de esas historias que parecen inventadas pero que tienen pruebas fotográficas, artículos de periódico y hasta una película IMAX que la recrea.
Un recordatorio de que la realidad, a veces, supera con creces a la ficción.
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