Muchas veces me he preguntado, por qué los hombres persiguen con tanto afán el Poder.
Son capaces de arriesgarlo todo por alcanzarlo.
Y el poder no necesariamente lo constituye la máxima Magistratura a la que pueda aspirar en nuestro país una persona, que sería la de: dirigir los designios de nuestra Nación.
Sienten poder, aún incluso el de más ínfima jerarquía de los funcionarios, por decirlo de alguna manera y no porque ante ello se le reste importancia.
De los cuales, aun éste, desde su coto de poder, sabe que ejerce una determinada influencia y es quien toma las decisiones en ese cargo específico y dentro de su radio de acción.
Lo que pone de manifiesto sin duda, lo que genera este deseo de sentir el poder, aun para los más encumbrados, quienes buscan con ansia y desvelo sentirlo y gozar de éste.
Siempre se ha supuesto que el poder reside en el pueblo.
Pero nos damos cuenta con el tiempo que realmente es a quien primero se hace a un lado en cuanto del más alto al más bajo de los funcionarios, alcanzan ese propósito de poder.
Son insuficientes, las personas que, detentando un cargo público, lo ejercen con un sentido humanitario y de servicio.
Y es, precisamente en esta parte en la que como ciudadanos debemos hacer especial énfasis.
Y para hacerlo, no podemos dejar de observar la forma en cómo somos tratados por parte de quienes tienen este tipo de aspiraciones políticas:
1. Si se nos trata como adultos, -personas con quienes debe decidirse como gobernar nuestro País-, concediéndonos el inalienable derecho que tenemos como ciudadanos mexicanos, de opinar y sugerir mejores formas de hacerlo.
2. O, si simplemente se nos pretende –como infantes- imponer la forma de llevar a cabo esta tarea y utilizarnos como el medio para alcanzar este objetivo de hacerse con el poder.
Es importante razonar también si al llevar a cabo esta encomienda, quienes tienen el interés en el poder, lo harán de la mano del pueblo o pretendiendo solamente tratarnos como si fuéramos un medio para alcanzar propósitos y no un equipo con el cual ganar una batalla.
El reconocer la adultez en la toma de decisiones, y no querer simplemente vendernos como a nuestros antepasados “espejos por oro”, es sumamente importante para determinar quién reúne el perfil más adecuado.
Y no debe perderse de vista que lo importante no es llegar, sino mantenerse.
No a costa de hacer sufrir a la ciudadanía con decisiones equivocadas, surgidas de “buenas intenciones”, sino tener claro siempre, por quienes asuman esta responsabilidad, que deberán hacerlo con una idea clara de los medios que habrán de emplearse para cambiar y transformar a nuestro País hacia un crecimiento económico sostenido.

Y digo quienes, porque es evidente que no es un solo hombre el que tendría el peso de esta tarea, sino todo un equipo. Así que, debemos observar también el entorno de cada uno de los que tienen este deseo de gobernarnos.
Y, si realmente deseamos hacer una buena elección, es imperioso, que subamos el nivel de nuestras exigencias, al punto de pedir ideas claras y concretas, no proyectos y “sueños guajiros”.
De ello dependerá lo que obtengamos.
No vale después quejarnos de estar padeciendo carencias e inconsecuencias, sino no somos congruentes con nuestra realidad y aprendemos de las experiencias del pasado.

Israel Ascencio Cadenas
Comisario Foro: “Política y Sociedad”