El vals en México, entrevista a Luis Jaime Cortez
Bailar vals puede parecer una cosa leve, elegante y feliz. Sin embargo, uno de los últimos procesos de la Inquisición en la Nueva España (al inicio del siglo xix), estuvo dirigido contra un hombre, en Zacatecas, que no sólo bailaba el vals sino que propiciaba el que otros lo hicieran. Debemos agradecer a ese proceso los datos más importantes sobre la introducción del vals en México, sus características, su coreografía posible, y la imaginación con que fue trasplantado al nuevo territorio desde su Viena natal, burlando las aduanas de la censura.
Después de ese hecho es fácil constatar que el vals llegó a México para quedarse, pues numerosos compositores lo han adoptado como eje de su obra, y el público ha reaccionado, desde el siglo xix, a sus poderes de seducción sentimental.
El primer gran compositor de valses fue Macedonio Alcalá (1831-1869), autor celebérrimo del segundo himno nacional de Oaxaca, Dios nunca muere, un vals en toda norma.
Más tarde aparecieron otros nombres prodigiosos: Felipe Villanueva (1862-1893), Quirino Mendoza (1862-1957), Ricardo Castro (1864_1907), Juventino Rosas (1868-1894) y Miguel Lerdo de Tejada (1869-1941).
Aunque muchos otros han escrito valses notables, incluido el modernista y nacionalista Carlos Chávez, el cubista y bolchevique Silvestre Revueltas, y el romántico y nostálgico Manuel M. Ponce.
Además hay que considerar los valses que no se atreven a decir su nombre, pero que ahí están en las partituras, con su inocultable faz ternaria. De pronto irrumpen en medio de una sinfonía, o en las entrañas de una forma de apariencia feroz.
El vals en México se compuso profusamente, se interpretó con una orquesta que se inventó casi para ello (la Orquesta Típica Mexicana), y se bailó hasta romper las suelas de los zapatos.
Traspasó las clases sociales. El piano (que en el XIX había casi en cada casa, como hoy tenemos Smart Phones) y la pianola, tocaron valses hasta la saciedad. Si uno sigue el catálogo de las casas editoras podrá comprenderse el fenómeno.
Tras el porfiriato el vals dejó de ser materia de culto, para convertirse en materia de nostalgia, y así permanece, de la mano de autores que se siguen tocando en las salas de concierto.
El vals en México logró el nivel de excelencia del vals vienés, si acaso despojándolo de su aura imperial para poner en su lugar un cierto dramatismo poético. El vals vienés es más exterior, un gesto hacia fuera. El vals mexicano es un gesto interior, concentrado en un yo recóndito, un vals íntimo.
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