El pasado miércoles tres de junio, a las 20:00 horas, disfrutamos, como cada quince días, ante un público que abarrotó el Auditorio Nicolaita del Centro Cultural Universitario, a la Orquesta de Cámara de la Universidad Michoacana, bajo la dirección del Maestro Mario Rodríguez Taboada.
El programa fue de  lo más exquisito: el Valse triste No. 1. Op. 44, de Sibelius, el concierto no. 15, para piano en si bemol mayor,  K. 450 y de Haydn, la sinfonía No. 96 en re mayor, Hob. I:96 “El Milagro”.
No omitimos mencionar que Franz Joseph Haydn es el Padre de la Primera Escuela Vienesa, y como tal el iniciador del clasicismo en la música, fue maestro de Mozart y de Beethoven y se le considera el Padre de la Sinfonía. A este género aportó más de un centenar de obras, con lo que consolidó la forma de la sinfonía clásica tal como la conocemos, en sus cuatro movimientos. La mayoría de las sinfonías de Haydn tienen un sobrenombre que generalmente no les fue asignado por él, sino por alguna circunstancia anecdótica o por ediciones e interpretaciones posteriores.

Tal es el caso de la Sinfonía Número 96, conocida como “El Milagro”, que no obstante de no ser tan ejecutada como otras de sus hermanas más populares, es una de las obras más bellas de Haydn. Debe su sobrenombre a un hecho más o menos documentado, según el cual en día de su estreno en el Palacio del Príncipe Esterhazy mientras se interpretaba un enorme candil se desprendió del techo y se precipitó directamente sobre el público, el cual logró

esquivarlo y nadie resultó lesionado o muerto. El hecho, considerado como milagroso, fue el origen del curioso sobrenombre.

Algo que llamó la atención en el concierto que se describe, es que la obra con solista, participando como tal Alexander Pashkov (en este caso el Concierto para piano de Mozart), interpretación que fue ovacionada con vehemencia por los espectadores,  fue dejada para la parte final de la velada, lo cual no es usual, y si bien la norma se puede trasgredir, fue establecida desde el siglo XIX cuando se fijaron las bases para determinar cómo debería ser un concierto público, de acuerdo con lo cual la pieza concertante está colocada antes del intermedio y la parte final se dejaba para la orquesta sola, tal y como fue ofertada en el programa de mano.

Tal etiqueta fue establecida al parecer nada menos que por Gustav Mahler, quien fue un director y compositor imprescindible para la Historia de la Música, por lo tanto, no se equivocaba en lo que consideraba que era la mejor audición para el espectador, tan es así que aún se puede observar, al igual que muchas otras determinaciones de Mahler, como el tocar con frac o aplaudir hasta el final de la obra.
Si bien, ahora por la informalidad y el menor esfuerzo, se han tratado de destruir estas memorables reglas de etiqueta, hay que hacer caso en lo que se pueda, a ese gran señor y puritano de las normas que fue Mahler. Por eso, cuando se altera este orden, se presume que el cambio debe estar bien justificado, ojalá haya sido lo que ocurrió en el concierto pasado, para dejar al final la pieza de lucimiento.
También huelga hacer el comentario que las Autoridades Nicolaitas se niegan a presenciar estos espectáculos, sin conocer la razón de su desprecio silente, así como a no entregar flores a los participantes, ni dar el correspondiente avituallamiento.
Laborissmo seguirá informando…