No debiera ser el salario una esperanza, una expectativa incierta, una aspiración dependiente de valoraciones extrañas, ajenas a su razón de ser.
Su entrega oportuna, es un acto de elemental respeto a quien debe recibirlo, es la atención debida a su dignidad y a su derecho; es lo normal.
¿Qué argumento sano podría justificar que el compromiso no se cumpla, que el alimento no llegue a la mesa, que se agregue una complicación más a un año tan difícil?
Salario es justicia, porque se entrega a cada quien lo suyo, lo ganado, lo que se ha trabajado; es la honra de un compromiso cuya regularidad enaltece a todas las partes y cuya falta, en cambio, pervierte relaciones que debieran ser sagradas.
El respeto a quien trabaja, implica hacer de la reciprocidad un hábito, un instinto guía, el impulso permanente de cumplir, tan poderoso o más, que cuando se ordena la realización del trabajo.
Y no hay respeto en la falta de pago; es una omisión altisonante, que en su silencio ofende, pero en su mala justificación, agrede.
Salario es justicia, y convertirla en interés de cuarta prioridad es evadir una responsabilidad que ni siquiera debería discutirse.
Y si lo elemental falla, las bases de la civilidad se dañan, se pone a quien debería estar trabajando, en situación de estar protestando, de pasar valiosas horas en las calles, apartado de las herramientas del servicio y del servicio mismo. No es menor, y a nadie debiera parecerle que lo es.
En el tejido social, la vulneración de un derecho jamás es un hecho aislado; perjudica el ejercicio y disfrute de muchos otros derechos, incluidos los de terceros y los de los más vulnerables.
Por eso es importante, por eso el salario es justicia.
Mi abrazo más fuerte a todas y a todos mis compañeros del Poder Judicial del Estado quienes, por una situación claramente injusta, esperan por su salario.
Wilber Arellano Juárez
Diciembre 3, 2020.
