Mejor pies de por medio y que arda Troya.

Por: José Antonio Sánchez

Hay días en que el panorama político nacional parece escrito por un guionista con exceso de entusiasmo, y mi México lindo y querido pasa a ser de un país catastrófico, pero irónicamente el mejor del mundo mundial, según los datos de quien lo administra. No olvidemos que desde el interior de la República comenzó a sonar la explicación más cómoda y recurrente “todo fue obra de bots”. Una narrativa tan útil como el clásico “no fui yo”, pero elevada a categoría de doctrina oficial.

Curiosamente, mientras se difundía esa teoría, la presidenta decidió emprender una salida exprés hacia el sureste, como si de pronto hubiera recordado un compromiso impostergable que, casualmente, la alejaba del problema. Pura coincidencia, por supuesto y excusa exacta para mandar al diablo cualquier tipo de manifestación o marcha con peticiones cargadas de hartazgo.

Traigo a colación está narrativa, porque hasta el más tonto se dio cuenta que en la Ciudad de México, la reacción tomó tintes más teatrales. La jefa del Ejecutivo, quien mantiene la cálida costumbre de referirse a López Obrador como si siguiera sentado en la silla presidencial, quizá por nostalgia o por no romper la costumbre de las mañaneras (o porque quizás sigue despachando desde la oscuridad de su perverso ímpetu), ordenó levantar una muralla metálica alrededor del Palacio Nacional. Una suerte de parapeto posmoderno destinado a proteger al inmueble de una supuesta horda de perfiles falsos. Nada dice “control” como una valla de acero que rodea la sede del poder.

Pero la realidad, siempre tan inoportuna, irrumpió sin pedir permiso. Los llamados “bots” demostraron una sorprendente capacidad de locomoción y, con un ímpetu que ni el mejor algoritmo podría simular, se enfrentaron a las autoridades, derribaron parte del muro y avanzaron hacia el interior. Si eran bots, definitivamente alguien olvidó programarles la opción de quedarse quietos o quizás la inquilina del palacio tenga ahora otros datos.

Las redes sociales y la televisión abierta hicieron lo suyo: saturaron el aire con transmisiones, análisis instantáneos, conjeturas y dramatizaciones que hoy tienen a medio país discutiendo los mismos temas. Algunos justifican, otros condenan y unos cuantos ya hablan de un porvenir donde la gobernabilidad está en oferta, pero no hay quien quiera comprarla.

Solo queda esperar que la presidenta ofrezca una explicación convincente o al menos creativa y que deje de culpar a esos molinos de viento que únicamente dos de sus más apasionados corifeos celebran con devoción. El resto del país, por lo visto, ya no se traga tan fácilmente el cuento y lo que espera es un buen argumento, escrito por la razón y la eficiencia, ya que